domingo, 26 de diciembre de 2010

Esperanza.



Como encerrado en un laberinto, frío y oscuro. Rugidos espeluznantes y gritos agónicos rompen el silencio opresivo cada pocos minutos. A veces resuenan lejanos, esquivos, mientras que en otras ocasiones suenan mas cerca, tras el siguiente recodo, al otro lado del muro de piedra, a tu espalda. Tus músculos, aunque ateridos por el invierno perenne de aquellos corredores, se mantienen en tensión, prestos a saltar en cualquier momento, dolorosamente tensos. No recuerdas la última vez que cerraste los ojos, no recuerdas la última vez que te paraste a descansar, ya no sabes lo que es saciar el hambre o la sed. El lenguaje abandonó los desolados rincones de tu cabeza y solo balbuceas mientras caminas frases incoherentes, fragmentos inconexos de recuerdos perdidos. Un palabra se ha negado a desaparecer, grabada a fuego en tus intestinos, retumbando como un trueno por todo tú ser. Una palabra poderosa, una palabra que te hace seguir adelante, una palabra que lo es todo pero que realmente no sabes que significa, para que sirve, de donde ha salido.

“Esperanza”

Tus sucios pies arrastran la ceniza que cubre el suelo como una nevada grisácea, marcando el camino que has seguido durante tanto tiempo. Tus piernas se mueven solas, más parecido a un autómata que a un ser vivo. Tu vagar es constante y eterno, sin final. Buscas y buscas, persigues un anhelo que no sabes definir, que se escapa a tu mente embotada, que flota a tu alrededor tirando de tu voluntad, doblegándola.

Demasiadas veces, desde el comienzo de tu periplo, has creído encontrar el final pero, sin comprender porqué, nada saciaba tu ansia. No es una idea, ni es un concepto pero algo en tu interior te susurra en las entrañas que debes seguir buscando, que debes continuar hacia delante, que debes luchar, que debes sobrevivir, que debes imponerte a la desventura de incoherente destino. No hay marcha atrás, no hay descanso, no queda otra opción que continuar adelante.

Tus ojos velados son un espejo. Un espejo de tu alma maldita, un espejo de tu dolor y desasosiego, un reflejo de tú sino infame. El dolor dejó de ser una carga y se convirtió en un compañero, la desazón no es sino un estado perpetuo de ánimo alicaído. Tus manos esqueléticas, enfundadas en tu piel macilenta, acarician la superficie irregular de los sillares que te rodean. Es un tacto helado, áspero, molesto pero, al mismo tiempo, reconfortante. Tus uñas melladas arañan sin razón la roca mientras un rugido desafiante surge de las profundidades de tu garganta. Odias este lugar, odias esta situación, odias a los culpables, te odias a ti mismo. Si tu raciocinio no hubiese desaparecido entre las brumas del laberinto todavía intentarías discernir el camino correcto en esta cruel encrucijada.

Tu cuerpo, pálido como la luz de la luna, sirve de paradigmático maniquí para esos harapos desarrapados que cuelgan de tu enjuta constitución. Apenas dos piezas de un tejido desvirtuado y un cinturón de cuero cocido del que cuelga un saquito de seda enmohecida. Nunca te has atrevido a mirar que portas en ese bagaje, pero tu alma te grita que nunca debes dejarlo atrás, que aquello que portas es más preciado que tu mísera existencia.

Anclado en el tiempo y en esa existencia exasperante, lo único que puedes hacer es seguir avanzando, seguir el camino hacia delante y esperar que algún día, que alguno de estos días grises y asquerosos aparezca la luz al final del túnel, golpees con tus huesos de cristal en el suelo y tu corazón se parta en mil pedazos, presto a descomponerse.

Ya no hay fuerza con la que luchar, ya no hay carne con la que sufrir. Solo queda el polvo, la ceniza y el viento plañidero que las bate al son de su último réquiem.

Por encima de los fosilizados restos de tu desgraciada existencia se alza envuelta en llamas la palabra que antaño te llevo a no rendirte, seguir avanzando en pos de un destino que jamás descubriste. Poderosa y terrible, como una sentencia al universo entero, como la gran verdad de todas las mentiras, como el epitafio de un mundo entero.

“Esperanza”

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Es, y será.


Vivimos tiempos extraños, tiempos malos, tiempos jodidos… jodidamente jodidos. Sales a la calle, un día como hoy, 8 de Diciembre, y sientes un calor pegajoso que no logras entender. Hay algo en el ambiente, un olor, más bien un hedor repulsivo, tan dulce que resulta desagradable. El aire está cargado como en una habitación tras horas de sexo, sabe como un almizcle a cuerpos sudados, sucios y satisfechos. No hay nadie a tu alrededor, el Sol ya ha desaparecido del cielo e ilumina la ciudad con una luz sucia, sin vida. Sientes bajo tus pies como si toda esa jungla de asfalto fuese un cadáver descomunal descomponiéndose. Las personas son como los gusanos que roen sus huesos, reptando entre sus tejidos, consumiendo, consumiendo, consumiendo…

Te paras un segundo al borde de la acera como si fuese un precipicio al abismo. Algo te ha golpeado en toda la cara, llegando hasta tu alma. Crees que es imposible pero, cuanto más piensas en ello, más se agarra a tus entrañas. Odio, un tremendo odio. Odias ese olor, odias esa situación, odias a los gusanos que se arrastran por las esquinas, odias el cielo sucio, odias las nubes mancilladas, odias esta sociedad, odias este mundo que se está rompiendo, odias a los culpables, odias al ser humano, odias la evolución, odias a cualquiera de esos dioses de palo, odias, odias, y no puedes parar de odiar.

Y cuando crees que tu odio es tan profundo que podría reverberar en las entrañas del mundo, descubres que ese odio no es más que el principio, es el combustible de otra sensación. Bajas un pie del bordillo mellado y siente el asfalto caliente, tu pie es como una garra que se clava en la roca alquitranada, tus manos se han vuelto zarpas afiladas. Una voz en tu cabeza te susurra que eres la muerte en persona, que podrías arrasar con todo si lo quisieses, que podrías destruir todo ese lugar y luego asaltar lo ultramarinos asiáticos para saciar su sed con un litro bien frío de cerv…

Todo se aplaca. Tu zarpa vuelve tener esos dedos nudosos, con ella rebuscas en tus bolsillos, abres tu cartera, cuentas cuatro discos de metal grabado y te encaminas a efectuar la transacción.

Suena un móvil, efectúas dos llamadas. Pasan 10 minutos. Todo sigue igual, nada ha cambiado. Te sientas en un banco bajo algún árbol maltratado sembrado hace siglo en un parque antaño reluciente y abres esa maza. Ya no estás solo, otros individuos se han unido a ti, otros como tú, tus amigos, tu otra familia.

La luz muere y las botellas se acaban. Las últimas risas mueren entre despedidas y tú vuelves a tu casa. La calle ya no huele tan mal, el mundo ya no está tan jodido.

Te acuestas y, justo cuando el sueño va a romper tu conciencia, siente en el fondo de tu pecho un ligero palpitar metálico, una oscura presencia. Realmente sabes que todo se esta hundiendo en el fango pero crees que todos juntos podréis salvar aunque sea un mísero trocito de realidad donde subsistir, donde sobrevivir.

Vagas ilusiones que sirven para obcecar tu voluntad y evitar que un día salgas a la calle y des rienda suelta a esa necesidad de destruir, matar, quemar, arrasar, erradicar, destrozar y aniquilar que cada día se hace más fuerte.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Sin son... Ni tón...

¿Qué ha pasado?

¿Qué es este lugar?

Este desierto baldío que quema mis ojos y muerde mi piel. Estoy tan solo, me siento tan deprimido...

¿Cuanto va a durar este tormento? ¿Que habré hecho yo, maldita sea, para merecer este triste destino que me oprime y me encadena a esta existencia vacía? ¿Cuánto dolor más puedo soportar antes de llegar al límite?

Mi vida se descompone ante mis ojos, veo como mi mundo se desmorona y como todo aquello que quise alguna vez desaparece entre nubes de odio afilado. Tiendo peligrosamente al suicidio, a la salida fácil de toda esta pesadilla pero... entonces...



Entonces te despiertas y te das cuenta de que el mundo está muy bien, que tienes a tus amigos a tu alrededor, que tienes ropa que ponerte, que puedes salir a la calle, que no te vas a morir pasado mañana, que puedes bajar y tomarte una caña, que puedes conectar a Internet a leer esta mierda, que puedes mirar al cielo y sigue siendo azul, que no te van a matar por ser quien eres, que no te odian por tu raza, tu religión, tu condición social, que el único problema que tienes es que no tienes ningún problema y tienes que llenar de alguna manera ese vacío que te deja el no tener unas metas bien definidas.

Abre los ojos y mira a tu alrededor, el mundo es un lugar tan cojonudamente magnífico que cada día en él, por malo que sea, es un gran día, es una gran oportunidad, es tiempo vivo, tiempo para aprovechar. No te atrevas nunca a bajar la mirada ni a rebozarte en tu estiércol imaginario para darle algo de vidilla a tu existencia, dedícate a vivir como mejor puedas, para ti y para los demás, vive tu vida de tal forma que cuando tengas que volver a la tierra, puedas hacerlo con la cabeza bien alta, puedas descansar realmente en paz.



"Cuando naces todos a tu alrededor sonríen orgullosos y tu lloras, ve y vive tu vida de forma que cuando mueras seas tu el que sonría y los demás los que lloren"

El anuncio de Acuarius, válgame.