domingo, 6 de marzo de 2011

Y siempre supimos que no habría vuelta atrás...



Y las calles se poblaron de cadáveres, amontonados por las esquinas, cerca de las bocas de alcantarilla. Los moribundos se acurrucaban entre los cuerpos descarnados, envueltos en harapos de olor dulzón. El Sol perdió su color y el mundo se vio envuelto por un velo gris, desalmado. El campo volvió a las bestias, el mar volvió a ser frontera. Los cielos descargaron su furia sobre la tierra yerma y los colosos de hormigón se desmoronaron como castillos de arena.
Entre las ruinas cantaban esqueletos desposeídos, despojados. Un alma solitaria recitaba una oda sin esperanza, un relato del fin de los tiempos. Cada pocos versos se repetían las palabras “odio” y “guerra”, “muerte” y “final”. A modo de estribillo, entre estrofa y estrofa, con la voz quebrada volvía a susurrar “y siempre supimos que no habría vuelta atrás”.
            Empezó hoy, termina mañana, se veía desde ayer, no hicimos nada, no dijimos nada, miramos a la muerte sin pestañear y, cuando nos señaló a nosotros, abrimos los brazos para recibir su puñalada de hielo justo en el centro del corazón.

No hay comentarios: