domingo, 15 de agosto de 2010

Tormenta



Tormenta
Mandragora


Toma de contacto


         Llueve. Al otro lado del cristal vitrificado, llueve. Es una lluvia sucia, de finas gotas de color parduzco que se arremolinan al son del viento plañidero. El cielo encapotado, negro como el abismo más profundo, destella esporádicamente con las descargas de estática que producen las naves al entrar y salir del espacio-puerto. Son naves de carga en su mayoría, con sus panzas hinchadas y sus ruidosos motores, que traen a Carthag, el principal puerto comercial del planeta Truamnar, todo el mineral de las colonias mineras del sistema Nexus, MRC-77 y MRC-78 si no me falla la memoria, para tratarlo en las refinerías de este asqueroso pedrusco contaminado. Tanto en esta maldita ciudad, como en cualquier otro punto de este devastado planeta, todo apesta a corrupto, tóxico y corrosivo. La atmósfera fuera de las zonas de control puede matar a un hombre sano en menos de treinta segundos sin la protección adecuada, incluso con ella, no se aconseja salir a pasear por parajes como El Valle de Naurox o Las Llanuras de los Dientes Rotos.
         Ese es el agradable espectáculo de Truamnar al aire libre. Pero en las denominadas “zonas de control”, todo es todavía más salvaje y letal. Cada callejón, cada rincón oscuro esconde una navaja o una buena descarga de láser a quemarropa. Las bandas controlan cada barrio de cada ciudad, organizadas en titánicas acumulaciones de cientos de asesinos, rateros y buscavidas. Para un muchacho de 16 años, es más tentador el sabor del dinero violento que la casta esclavitud que les ofrece la Federación. No queda nadie honrado por aquí, no queda nada bueno, nada puro, nada digno de salvarse. Aquí solo hay muerte, dolor, muerte otra vez y dinero sucio, muchísimo dinero sucio.
         Por eso estamos aquí, sentados en una mesa del Calamity Fox, el antro más escondido de toda Carthag, esperando la oportunidad de sacar algo de pasta haciendo lo que mejor sabemos hacer. Librarnos de la basura.
- Jefe, ahí vuelve Ray.- El que me habla es Zayle McCallaghan, el mejor tirador que conozco y que halla conocido jamás. Tiene ya casi cincuenta años y lleva más de veinte con su “Parca”, su rifle, modificado incontables veces y prácticamente una extensión más del cuerpo de mi compañero. Nos conocemos desde que empezamos a combatir juntos por el Emperador, hace... Joder, hace ya casi treinta años, y desde entonces hemos estado trabajando juntos, luchando y sangrando juntos. Él, junto a Ray Connor, son mis hermanos, la única familia que tengo, supervivientes de la campaña imperial en el Sector Ahnkara. Hermanos de sangre, porque a simple vista... Mac tiene el pelo liso y negro como el azabache, es de tez pálida y sus ojos son de un verde esmerilado. Ray se parece mas a mi, ambos somos robustos, con el pelo castaño y enmarañado, pero el tiene los ojos azules y es un poco mas bajo mientras que yo tengo los ojos prácticamente negros.
- Ey, Ray, ¿como ha ido?- pregunto.
- No demasiado bien, Brade, no demasiado bien...
- La ha cagado, seguro, la ha cagado y mi rifle esta en “el puto trasto”...- Mac siempre se refería a mi nave, tanto a la antigua como a la actual, como “el puto trasto”. No le gusta volar, menos aun viajar por el espacio. Y de los viajes hiper-espaciales para que hablar...- Ahora tendremos que salir de aquí como a él le gusta.- despliega los índices y los pulgares como si fuesen dos pistolas y se pone a “disparar” a la gente del bar mientras añade.- Pegando tiros.
- Tranquilo. ¿Que ha pasado?
- Pues... Estaba hablando con Juarg, o como coño se diga, y yo no me enteraba de nada. Ni de lo que él decía en esa maldita jerga que ellos usan, ni de lo que el traductor me contaba en el propio común imperial. Además, en su “despacho”, si se puede llamar así a ese pozo lleno de mugre, hacía calor y apestaba a cadáver descompuesto y recocido.- Sacó una pequeña moneda y la puso encima de la mesa. Ninguno de los dos la tocamos, nos dedicamos a observarla mientras Ray seguía hablando. Era casi del tamaño de la palma de la mano, con un dragón grabado por un lado y tres dagas cruzadas por el otro. El símbolo del templo de Isduhl, una cofradía de asesinos, nada baratos he de añadir.- Y entonces ella apareció. Le cortó la cabeza al traductor, ensartó con cuchillos a los dos guardias de la puerta y le hizo un bonito dibujo en el pecho al desgraciado de Jourga, Jaurg... ¡Juarg, joder! Arrancándole el puto corazón y metiéndolo en una bolsa amarilla. Dejó la bolsa y esa medalla encima de la mesa y desapareció tan rápido como había aparecido, dejándome a mi vivo y con un pastel entre las manos del tamaño de sus enormes...-mira a McCallaghan a los ojos y poniendo las manos como si sopesase dos melones axianos añade.- ubres.
- Connor, ¿se puede saber que has estado bebiendo, maldito bastardo?- Mac tiene los ojos abiertos de par en par y, como yo, no se cree ni una palabra del relato de Ray “fantasioso” Connor.
- Ray...- susurro entre dientes.
- Creedme. Podéis venir a comprobarlo si queréis, no creo que nadie halla visto a la fulana psicópata, pero seguro que los cuatro cadáveres calientes que ha dejado si que llaman la atención.
- Si eso es verdad, deberíamos de largarnos de aquí cuanto antes...- digo.
- Con mucho gusto, jefe, con mu... mierda.- Mac vuelve la vista hacia la barra, me da un toque en el brazo y me hace mirar a los 7 individuos armados que salen de la “oficina” de Juarg y que señalan a las enormes espaldas de Connor.
- ¿Que?- dice Connor mientras vuelve la cabeza.
- Estamos jodidos...- echo mano de mi pistola para la mano izquierda, una Leard IV con el cañón de una Mussa que le añade un par de milímetros para poder usar el calibre .50 de punta explosiva y el cargador extendido para poder llevar 14 proyectiles de este tipo, la desenfundo y antes de llegar siquiera a apuntar al primer matón, Zayle aparta de una patada a Ray y abre fuego con sus Villard Cort Pulse gemelas, dos armas láser fiables, de gran precisión y penetración, abatiendo casi instantáneamente a 3 de esos bastardos e incapacitando a un cuarto. Mientras le meto un proyectil explosivo a otro en la cabeza y la nube de trozos de cráneo y masa encefálica decoran las paredes, los otros dos restantes se refugian tras la barra del bar y comienzan a abrir fuero con armas cortas automáticas de proyectiles sólidos. Ray, rodeando con el brazo la pata única de la mesa, gira sobre su tronco y la derriba, interponiendo la placa de metal de 7 centímetros entre nuestro malintencionado enemigo y nosotros. La lluvia de plomo repiquetea musicalmente sobre la superficie antes pulida de la mesa mientras poco a poco va mellándola y deformándola. No creo que aguante demasiado. La puerta del bar esta a unos 15 metros a nuestra derecha, en la misma pared que tenemos a nuestra espalda. Solo sería cuestión de...
- ¡Ray!
- ¿Señor?
- Haz girar esa mesa sobre su eje y llévanos hasta la maldita puerta, ¡vamos!- me vuelvo hacia mi tirador.- Mac, que no puedan apuntar, que no se atrevan a levantarse. ¡En movimiento!
         Mientras McCallaghan descarga las baterías de sus armas contra la posición de los desafortunados tiradores y yo le pego un buen par de bocados a la barra de ladrillo calizo con dos tiros de mi Leard, los tres vamos avanzando cubiertos por el disco metálico de la mesa hasta la puerta del Calamity Fox. Algún cliente que tenía prisa por marcharse, no se dio cuenta de que la puerta se abría hacia el interior y esta está prácticamente arrancada de sus goznes. Primero Mac, luego Ray y finalmente yo, no sin antes enviar otro par de proyectiles hacía las estanterías repletas de botellas que se alzaban tras la barra, abandonamos el destrozado garito y nos internamos en las calles de los bajos fondos de Carthag, los suburbios, la “Nocta” como la llaman los habitantes de los sectores superiores. El barrio más duro de toda la ciudad y, sin duda alguna, uno de los lugares más peligrosos de todo el sistema Nexus. Cuarenta minutos de caminata a buen ritmo nos llevan a la plataforma de acceso del hangar 42 del Nivel 3 del Sector B, la estación de amarre de mi hogar, mi joya, mi tesoro, “el puto trasto” para Mac. El Mandrágora II.

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